domingo, 18 de enero de 2015

Historia del sexo: desde el principio


“En el principio, creó Dios los cielos y la tierra” dice la Biblia. Y me animo a pensar que, a continuación, “puso encima una cama con todos los que quieran disfrutar sobre ella.” Tal vez parezca que me estoy burlando o que no me tomo en serio el relato de los antiguos profetas. Nada más alejado de eso. Lo que sucede es que si vamos a intentar recorrer juntos la Historia del Sexo, debemos tener claro primero, que todo pero absolutamente todo lo que existió, es y será surge de la unión entre dos amantes. ¿Tienen dudas? Veamos.
Contar el sexo no es sólo hacer un relato minucioso de las costumbres eróticas de determinado pueblo o comunidad. Cuando hablamos de hábitos sexuales en una civilización, el mundo entero de ese grupo humano comienza a crearse. Acompáñenme y lo pensamos juntos.
Sé que prometí hablarles de historia y no esa que nos enseñan en los textos escolares. Digamos mejor que esta es historia real con mucho de fantasía. En este espacio tenemos permitido usar la imaginación. Así que, comencemos. Vamos a pensar en dos amantes. Los que queramos. Como nos guste imaginarlos. Jóvenes, apuestos, hermosos. Hasta con ropa podemos pensarlos. Imaginemos que se miran, se atraen, se sonríen, que se acercan y se desnudan y sus pieles comienzan a rozarse con sensualidad cuando sus cuerpos se enlazan.
Vemos cómo sube la temperatura en esta escena, y cómo nuestros amantes celebran el hecho de estar juntos y felices. Pero, ¡un momento! !No seamos tan ansiosos! Nos olvidamos de los ”otros” condimentos que están presentes cuando dos cuerpos se unen. Y no estoy hablando de algún tipo de adminículo o juguete sexual. Para nada.
En primer lugar, con la imagen de esta pareja, surge el Arte en todas sus formas de representación. El Arte puede dar cuenta de este acto amoroso en pinturas, esculturas, poesías, novelas y hasta sinfonías. Y entonces, qué suenen los violines porque aparece la mirada estética y los ideales de belleza que provocan la atracción y el deseo de los amantes.
Y si nuestros jóvenes ardientes son hombre y mujer, es inevitable pensar que un espermatozoide fecundará a un óvulo e inmediatamente escuchamos cómo se pronuncia la voz de la Ciencia cuando se suceden transformaciones en los cuerpos con el intercambio de fluidos. Y sin darnos cuenta, también estamos frente a la Economía que organiza la vida familiar y administra el sustento del hogar, las herencias y los derechos de sangre. Y está la Política que nos explica la forma en que el Estado legitima, garantiza y protege esta unión.
Los enamorados de nuestra fantasía y sus hijos ahora necesitan una casa y aparece la Arquitectura que piensa los tipos de vivienda necesarios para que grupo pueda vivir dignamente. Y no es mala idea pensar que esa casa y otra y otra más formen una ciudad. Habrá que establecer las normas sociales de convivencia, las reglas de cortesía, la diferenciación entre lo público y lo privado. Crece la idea de “lo íntimo”. Y cuando los hombres y mujeres socializan, comienzan los rituales que distinguen lo sagrado de lo profano y surge la religión con su sistema de creencias que sacraliza o condena determinados hábitos amorosos.
Y los amantes gozan cada vez más del placer de estar unidos y también el dolor de la separación. Y surgen las prohibiciones y las represiones y las normas que regulan el incesto que nos dicen con quién podemos acostarnos y con quién no. Y aparece Edipo con su madre y su complejo y los psicoanalistas de parabienes. Y el ordenamiento sexual dictado por el Derecho y las Leyes humanas. Y levanta la mano la Antropología que sostiene que la “Ley” es la que regula Naturaleza y Cultura. Y ¡basta! ¡Terminemos ya con nuestra fantasía!
¡Demasiado sexo para un sólo día!
Y no crean que me estoy escandalizando. Para nada. Si algo tenemos que aprender antes de acercarnos siquiera a la Historia del Sexo es a no rasgarnos las vestiduras porque la desvergüenza está frente a nuestros ojos y a no mirar al Cielo preguntándonos cómo es posible semejante descaro! No, señor. Perdamos la capacidad de asombro porque no estamos en la peor época de promiscuidad sexual. Tampoco es que hayan soltado a todos los Sátiros y las Ninfas a correr desnudos en nuestro camino o que se hayan perdido todos los valores y el recato. No. En realidad, amigos, nada es tan malo ni tan terrible.
En cuestiones de hábitos no existe la idea de “evolución o progreso”. Nosotros no comemos más educadamente que en la antigüedad por haber inventado el cuchillo, el tenedor y la cuchara. Y dentro de mil años, la gente no se comportará mejor gastronómicamente hablando por más que la tecnología haya mejorado infinitamente esas herramientas o haya pensado otras. Simplemente, habrán adquirido nuevos hábitos acordes a su paradigma.
¿Qué quiero significar con toda esta perorata? Qué no debemos confundirnos ni creernos más superados y libres que antes en materia de sexo. Hoy no hay más libertades sexuales. Lamento informar que hoy no estamos un paso adelante ni somos más amplios o más abiertos de mente, ni más progresistas ni más liberales que hace algunos años o hace algunos siglos.
Es cierto que nuestras pobres abuelitas, que no podían subirse la falda más arriba del tobillo cuando jóvenes, se escandalizan y se persignan al ver que una bailarina de televisión aparece casi desnuda o con prendas mínimas. Es normal que no lo entiendan y hasta se comprende que no les guste. Sin duda, están viviendo en un nuevo paradigma social.
Nosotros también nos escandalizaríamos y nos horrorizaríamos como frágiles abuelitas si descubriéramos que no hace mucho tiempo un padre tenía la potestad de entregar la mano de una beba de meses a un pretendiente de 30 años por negocios, linaje o simple amistad. Y eso no es nada. Cuando llegaba a las 12 años, la pobre niña se encontraba en la cama con su anciano marido sin saber de qué manera había llegado allí. Y, cómo si no hubiese sido suficiente humillación y condena, el marido podía exhibir con orgullo la sábana con la mancha de sangre de la niña desflorada. Sin duda, ese hombre hoy terminaría con una denuncia de sus vecinos por abuso sexual y entre rejas. No obstante, en el pasado gozaba de prestigio y honores. Y hasta la niña terminaba luego entendiendo y aceptando que a sus hijas les sucediera lo mismo. ¿Podemos juzgarlos mal? Me atrevo a decir que no. Vivían en otro paradigma social. Ni mejor ni peor que el nuestro. Simplemente, uno diferente.
Por esta razón, amigos, si vamos a iniciar juntos este camino de revisar las costumbres entre sábanas, será mejor que dejemos de lado los prejuicios, que intentemos ser lo más comprensibles posibles, que ejercitemos el humor, nos relajemos y gocemos de lo lindo. Que en este espacio de Inspirulina, el Placer hará Historia.
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